Uno
Tenemos compañía
Bernardo, el primo de Carlos, vendrá a casa. Carlos ha regresado de la escuela y se sienta a la mesa de la cocina a comer un pastelillo y a escuchar disimuladamente la conversación telefónica entre su madre y la tía Lupe. Su madre y la tía Lupe siempre hablan por teléfono; conversan sobre todo. Hablan, como mínimo, una o dos veces por día. Su padre ya ni siquiera contesta el teléfono porque sabe que siempre es la tía Lupe.
Carlos escucha que su primo Bernardo vendrá desde Texas a quedarse con ellos porque la mamá de Bernardo, la tía Emilia, está pasando por un momento difícil y necesita comenzar desde cero en otro lugar. Se mudará a su ciudad y enviará a Bernardo antes.
Carlos deja de masticar para escuchar mejor. Ahora parece que su madre y la tía Lupe están chismeando sobre la tía Emilia. Ella siempre tiene algún problema, no toma buenas decisiones, debe manejar mejor su vida y bla, bla, bla. Cosas aburridas de adultos, pero esto hace que se ponga a pensar en su primo y en el hecho de que vendrá mañana.
Su madre por fin termina de hablar por teléfono y se sienta frente a él. Pone su típica cara seria.
—Bueno, escúchame, Carlos. ¿Recuerdas a tu primo Bernardo?
—Un poco.
Bernardo era algo regordete y tenía una mata de cabello oscuro rizado. Carlos había ido con mami y papi a San Antonio, en Texas, cuando tenía casi seis años, y su hermana, Issy (apodo de Isabella), apenas tenía tres. Era el cumpleaños de Bernardo, y Carlos cumplía seis años unos meses después. Carlos recuerda estar sentado en un porche, comiendo un Creamsicle con Bernardo antes de su fiesta de cumpleaños. Ah… y recuerda que corrían en medio de los aspersores. Recuerda que Bernardo lloraba porque quería dos porciones de torta de cumpleaños en el plato. No quería esperar hasta terminar la porción que tenía servida. Estaba sentado allí, llorando con cara de tonto y con la boca llena de torta.
Carlos también recuerda haber visto una foto del papá de Bernardo. Llevaba puesto una especie de uniforme, como un uniforme del ejército.
—Bernardo y la tía Emilia se mudarán aquí. Tu tía quiere que haga el cambio de escuelas y que se instale tan pronto como sea posible. Lo recogeré mañana, así que quería avisarte.
Tal vez sea una buena noticia. Tal vez Bernardo sea genial y sea excelente tener otro niño en la casa, una especie de hermano. Podrán hacer cosas juntos. Mami no le permite a Carlos ir solo al parque, ni a la tienda ni a ningún lugar, en verdad. Pero cuando su primo Bernardo esté aquí, de pronto tendrá un compañero siempre a mano con quien ir a distintos lugares. Sip, se dice Carlos. Bernardo.
—¿Cómo es? —pregunta Carlos.
—¿Cómo puedo saberlo? —dice mami y parece algo molesta—. Todo lo que sé es que más vale hagas que tu primo se sienta como en casa. Hazlo sentirse bienvenido.
Es importante para mami, Carlos lo sabe. La familia. Estar juntos y ayudarse unos a otros.
Mami empieza a enumerar instrucciones con los dedos, lo que significa que es importante. Todavía tiene la cara seria cuando mira a Carlos, con atención. Su hermanita entra y se para junto a mami. Lleva puesta una tiara porque quiere ser reina cuando crezca. Es irritante. Desde que mami le dijo que lleva su nombre por la reina Isabel de España, usa la tiara siempre que puede. Al parecer, mami había hecho un informe sobre la Reina Isabel en la secundaria.
—¿Puedo comer un pastelillo? —pregunta Issy con su vocecita aguda.
—Ahora no, princesa.
—Reina —dice Issy. Se ajusta la corona. Carlos revolea los ojos.
—Ah… bueno. Reina Isabella. Ahora no.
Issy debe presentir que ocurre algo y quiere ser parte. Se sube al regazo de mami, y entonces son dos las que miran a Carlos como si esperaran algo especial de él.
—Bernardo ha tenido un año difícil —le dice mami. No le dice qué significa eso exactamente, pero como ha tenido un año difícil, Carlos debe hacer que Bernardo se sienta muy bienvenido. Por ejemplo, debe permitirle alimentar a sus gecos. Cosas así.
—Y preséntaselo a tus amigos, ayúdalo en la escuela, comparte cosas con él.
Eso suena genial, pero Carlos se ha quedado detenido en la parte de dejar que Bernardo alimente a sus gecos. No… De ninguna manera. Al menos, no sin supervisión.
En los últimos meses, Carlos ha descubierto su amor por los animales y por los insectos. Distintas clases de animales, como gecos, lagartos cornudos y serpientes albinas. También se ha dado cuenta de que le encantan los insectos y sus extraños comportamientos. Gracias a ello, Carlos ya no es parte del Club de los Cabeza de Chorlito. Antes se solía olvidar de entregar la tarea, sus trabajos eran descuidados, no siempre estudiaba para las pruebas de ortografía, llevaba juguetes a la escuela para jugar en el escritorio y no hacía la tarea a tiempo. El típico cabeza de chorlito.
En realidad, esas eran las palabras de su maestra, la señora Shelby-Ortiz. La había escuchado en la dirección hablando con el señor Beaumont, maestro del otro tercer grado. Ella le había dicho: “Este año tengo algunos cabeza de chorlito en mi clase. Espero que decidan mejorar”. Ella no sabía que Carlos estaba escuchando.
Carlos había ido a la dirección a ver si podía llamar a su madre para pedirle que le trajera el almuerzo que se había olvidado (el comportamiento típico de un cabeza de chorlito), y estaba parado justo detrás de los dos maestros mientras esperaba su turno para hablar con la señora Marker, encargada de la oficina.
Luego se había ido. No quería que la señora Shelby-Ortiz supiera que había escuchado. Regresó al patio y se sentó en el banco más cercano, pensando que les pediría a algunos niños que compartieran algo de sus almuerzos con él.
Todavía no era hora de formar la fila, así que tenía tiempo para pensar en eso de ser un cabeza de chorlito. No quería que lo vieran así. Lo hacía sentirse raro. ¿Y si toda su vida lo conocie...